R E L A T O S


HENRIK

(4 de marzo de 2007)

Llegué en el bus que para a unos metros de mi casa a las 18:10. Ya había oscurecido y llovía, así es que pensé que mi vecino nuevo tendría esto en consideración y no esperaría que me apareciera, como había prometido cuando nos habíamos encontrado en el bus al medio día. Yo venía llegando de mi clase de conducir, una pasada larga por los computadores de la escuela para repasar la “teoría” y luego de mi sesión de natación en la piscina de Lund. La salida de casa me había consumido 6 horas así es que no estaba de ánimos de hacer vida social, además tenía que seguir con la corrección de textos para un libro.

Cuando me acercaba a casa después de haber recogido el correo del buzón sentí a mi vecino salir de su casa y gritar que me estaba esperando. No tuve más remedio que saludarlo y decirle que iba a dejar mis cosas a mi casa y luego iba a visitarlo. Mis vecinos de la casa que queda entre la mía y la de él me habían advertido que era un tipo raro y que su casa era un poco inóspita. Melani hasta había dicho que no se atravería a beber una taza de té o agua en su casa. Con esos antecedentes me dirigía a casa de Henrik, como se llama, según pude ver en la tarjeta de visita que me dió durante nuestro encuentro.

Me apresuré a encender el fuego de la chimenea para no encontrar mi casa helada a mi regreso y como llovía llevé mi lindo y caro paraguas en colores turquesa que le hace juego a una de mis faldas (no further comments). Henrik me recibió muy cálidamente, puso mi paraguas, que no se quiso cerrar, en medio del living para que se secara y puso mi chaqueta en una percha que colgó en su baño.

Yo no había estado en esa casa ni siquiera por curiosidad cuando había estado a la venta. Melani me había contado que era pequeña y que sus dueños querían medio millón de coronas por ella. La casa había estado abandonada, con la hierba que alcanzaba el medio metro y un árbol de manzanas que estaba en el antejardín que daba manzanas como si tuviera que alimentar a un regimiento. En más de una ocasión me había aventurado a robar algunas cuando planeaba pajs de manzanas sin tener manzanas. Considerando que mi casa había costado 610 mil y la de ellos un poco más de 300 calculábamos que esa casita no costaría más de 250 mil. Para nuestra sorpresa alguien pagó el medio millón. No nos imaginábamos quién podría haber sido el despistado hasta que apareció Henrik, un marinero jubilado. Mi primer encuentro con él fue en la parada del bus, un par de días después de mi regreso de Cuba, donde me había encontrado con mi papá que había viajado desde Chile, mi hijo, que había viajado desde Estocolmo y mi hija que vive en Cuba. Se presentó como el nuevo vecino y aprovechó de contarme de los otros vecinos, cinco en total, porque son seis casas ubicadas a orilla del camino que une Teckomatorp con Svalöv. Me contó que una pareja se iba a separar. Ah, dije, debo ser yo, que había terminado mi matrimonio de 11 años el mismo día de mi regreso de Cuba. Tenía ganas de estrangular a Melani pensando que ella había ido con el chisme donde el viejo, ¿quién más?. Resultó que no sólo yo me había separado, sino también sus vecinos más próximos, que era a los que él se estaba refiriendo.

Henrik es un hombre delgado de aproximadamente 1,75 cm y de 63 años, pero que aparenta más. En nuestros encuentros en el paradero del bus que nos llevaba a Teckomatorp donde nos separábamos para él ir a Landskrona y yo a Lund, siempre lo veía con una chaqueta azul medio desteñida y con una serie de broches en el lado izquierdo. 

La sala, ubicada a la izquierda de la puerta de entrada parecía vacía, pero pegado a las paredes había una serie de cosas: altos de carpetas, un secretaire sin silla, en una esquina una mesa baja con un televisor pequeño que funciona mal, según explicó el propio Henrik, en otra esquina otra mesa con otro televisor más pequeño que funcionama aún más mal, una silla con un cojín de silla de playa a rayas gruesas blancas y rojas, una hilera de carpetas, libros, y otros altos de objetos difíciles de describir. Una alfombra roja tipo persa cubría casi todo el piso de la sala, incluso un cuadrado de un metro de cerámica donde debería ir una chimenea, como lo refuerza la presencia de un trozo de tubo que salía de la pared a una algura de nos 180 cms que tenía tapado con algo que parecía un calzón. Los muros estaban adornados con una serie de dibujos en papel diamante (del que usan los arquitectos) de la casa pintados a la témpera en colores fuertes. Me invitó a recorrer la casa, como se suele hacer aquí cuando uno visita por primera vez a alguien: al lado de la sala estaba la cocina, cómoda y suficientemente grande, al lado de ésta el baño-lavandería, en buenas condiciones. Al otro lado de la puerta de entrada había otra habitación donde había una mesa sencilla y una silla. Allí, junto a latas pequeñas de pintura y otros materiales, tenía a medio construir el modelo de un aeroplano. En alguna de nuestras conversaciones de bus me había contado que le gustaba construir modelos de molinos y otras cosas, que construiría alguna de esas cosas para la iglesia de Källs Nöbbelöv. No me extrañó entonces que ya hubiera ido a la iglesia y que conociera a toda la comunidad de ese caserío ubicado a unos 500 metros de nuestras seis casas. Tenía también una maqueta de su casa pintada y una serie de pipas a medio hacer. Yo había recibido una de esas pipas en otro viaje de bus, como agradecimiento a un habano Cohiba que yo le había dejado como regalo de navidad colgando de su puerta, después que había comentado que le gustaba fumar y que un habano era algo que disfrutaría mucho. Aunque yo nunca he fumado suelo tener habanos para regalarselo a gente que me simpatice.

Lo más lujoso de la casa era la escalera que lleva al segundo piso y que parte del pequeño hall de entrada que separa la sala de la habietación de los modelos.

-Voy a ser un caballero subiendo primero, dijo. En realidad es al revés.

Una escalera de esas necesito yo en mi casa porque tiene los peldaños muy estrechos y no extrañaría que más de uno se caiga y se quebre algo.

El segundo piso está divido con el pilar que forma la salida de la chimenea. En un lado había una mesa con una pantalla vieja de computador, un teclado, pero ningún disco duro. Tenía también un escaner y dos impresores. Nada funcionaba ni tenía corriente para enchufar alguna máquina. Al otro lado estaba su dormitorio, que sólo tenía una cama estrecha y apoyado en la almohada habia un oso de peluche. No había closets, pero había una barra desde donde colgaban unas 5 camisas y otra poca ropa, entre las que conservaba su antiguo uniforme de marinero que me mostró con gran orgullo.

Después de inspeccionar la casa me senté en la única silla de la sala y él se dispuso a preparar café. Me invitó con pan horneado especialmente para mi visita. Me acordé de Melani, que no bebería ni agua de la llave según me había dicho, y yo comiendo hasta pan y bebiendo café en una taza saltada, que pude elegir yo misma entre varias, todas diferentes. El pan estaba rico y lo mismo el café, hasta me repetí el pan y el café.

Henrik habla mucho y de distintas cosas. Me mostró un álbum fotográfico que yo trataba de ver pese a que no tenía mis lentes, pero no alcancé a mirar muchas fotos antes de tener otro álbum con fotos antiguas sobre el primero, y luego otro con fotos de su familia y de sus viajes, y otro más con fotos de su coloni que había vendido hacía un tiempo. Me mostró dos antiguos pasaportes de su tiempo de marinero donde se registraba cada lugar donde había estado, incluido el puerto chileno de San Antonio. Hice algún comentario sobre antepadados a propósito de algo que vi en alguno de los álbums y sacó de inmediato una carpeta con una investigación genealógica y me mostró un árbol genealógico que llegaba al siglo XVIII. Me contó que sus padres eran de Estocolmo, que en algún momento el padre había vivido al sur de Suiza y había invertido en petróleo triplicando la inversión, y que gracias a eso él había heredado 10 millones de coronas. Le había comprado un porche al hijo y a la hija le había dado una suma que no recuerdo. De todas formas conté mentalmente que le sobraban bastantes millones. Como adivinándome el pensamiento confesó que gran parte se le había ido en una novia nigeriana que tenía en Copenhague. Recordé entonces un retrato de él y de una africana que había visto colgado a la cabecera de su cama. No hice ningún comentario en ese minuto pensando que tal vez se trataba de otra persona, o que era el registro de alguna aventura durante sus viajes a algún país africano, si había estado en alguno, aparte de Sud Africa, donde sí sé que estuvo.

Confesó que no era tan fácil casarse con la nigeriana, pero que tenía el consentimiento del padre. Habían llamado en algún momento solicitando la bendición de la familia. El padre,  hablaba buen inglés según Henrik, había preguntado si él era bueno con ella y como la respuesta fue afirmativa no puso reparos en el matrimonio. Sin embargo, la boda quedo pendiente porque la burocracia exigía que la pareja viajara a Nigeria y se confirmara que la novia no estaba casada en su país, circunstancia que por alguna razón pudiera haber olvidado comentar. Por mientras ella trabajaba en el sector informal, según me explicó; no limpiando o realizando ese tipo de trabajo no calificado, sino ”tu sabes”, y me informó que ganaba mucha plata con su trabajo, lo cual debe ser cierto si consumió buena parte de la herencia de mi vecino. Total que la boda sigue pendiente, pero de concretarse la nigeriana se convertiría en la cuarta esposa de Henrik.

Habiendo agotado el tema de la nigeriana me contó que le gustaba mucho leer y me mostró sus libros uno por uno, partiendo por Utvandrarna de Moberg, un clásico de la literatura sueca. Poco era lo que podía participar de nuestro “diálogo”, pero de vez en cuando comentaba algo, que servía para mostrarme y contarme más cosas. A propósito de Moberg le dije que tenía la trilogía y que hacía unos días había comprado las películas, que protagonizaron Max von Sidow, Liv Ullman, Monica Zetterström y otros. Habia visto las películas pero las vería con mucho gusto cuando yo decidiera verlas. Tenía unos 20 o 30 libros, entre los que estaban Dostojevsky, Heminguey, Cohelo, Shakespeare, la biblia, etc. Tenía un antiguo libro de historia de Suecia, que entendí se ofreció a prestarme, pero le dije que tenía unos cuantos libros de historia sueca. En realidad tengo un alto de libros por leer de modo que sería una tontería aceptar nuevos libros para sumarlos al alto. Con una energía que no disminuía me mostró una publicación turística de Menorca, donde piensa comprarse una casa y terminar sus días, un diccionario español-sueco y otro diccionario de bolsillo portugués-sueco.

En ese interminable flujo de acontecimientos y cosas que me mostraba había un mapa de Europa sobre el que fue apuntando todas las ciudades donde había estado, entre las que estaba Hamburgo, donde se había casado con su primera mujer, creo que en la casa del marinero. De eso hacía más de 30 años. Otro de los muchos lugares visitados estaba una ciudad polaca donde había un museo del ámbar, no recuerdo el nombre de la ciudad, tal vez Varsovia. Alcancé a comentar que el ámbar era mi piedra, de acuerdo a mi horóscopo, y reaccionó de inmediato:

-Tengo muchas de esas piedras, te regalo la que quieras, con o sin cadena, y desapareció para volver con una cajita de lata donde guardaba unas monedas de 50 öre con agujeros y unas piedras comúnes, que como tantas cosas de su casa, les faltaba un pedazo. Desde luego no había ningún ámbar pero insistió en que escogiera la que me gustara, elegí una piedra grande pulida, con fallas. Ofreció obsequiarme una cadera plateada pero la rechacé cortésmente.

Aproveché una pausa para manifestar mi deseo de retirarme y lo invité a visitarme. Me trajo mi chaqueta y me ayudó gentilmente a ponérmela y me dió un ramo de tulipanes amarillos a los que evidentemente le quedaban pocas horas de vida. Sabía por Melania que había comprado tulipanes para ella y para mí la semana pasada, pero no se había atrevido a venir a mi casa a dármelos, por eso cuando los recibí ya estaban en las últimas, aunque todavía conversan un aroma muy agradable. Se ofreció gentilmente a acompañarme hasta la puerta de mi casa, gesto que rechacé igual de gentilmente porque total vivo a una casa de la suya.  Antes de despedirnos lo invité a que viniera el miércoles a las seis.